Galdós, el escritor olvidado

En 2020 se cumplía el 100 aniversario de la muerte de Benito Pérez Galdós, escritor, periodista, diputado, académico y cronista de la España decimonónica. La pandemia oscureció las celebraciones y los homenajes del año galdosiano, algo bastante injusto para el legado de don Benito, al que ya en vida boicotearon sus propios compatriotas. Fue 3 veces candidato al Premio Nobel de Literatura, y en dos ocasiones (1912 y 1913) no se lo concedieron por intrigas y presiones recibidas desde España. De hecho, en 1912, los conservadores, al ver que la candidatura de Galdós ganaba fuerza, propusieron a Marcelino Menéndez Pelayo (amigo íntimo de Galdós) en oposición a este. Afortunadamente, ninguno de los dos genios dejó que esto afectara a su amistad, nacida en los veraneos que ambos compartían en Santander. Asimismo, en 1913, la Academia sueca, acobardada ante el aluvión de mensajes de protesta que desde España llegaron en contra de Galdós, decidió no conceder el galardón al escritor canario.

No obstante, más allá de esta anécdota y sin necesidad de tener el Nobel, es indudable que Galdós es un gigante de nuestra literatura. Pero no es menos cierto que ha sido con frecuencia uno de los autores más relegados. Siempre se ensalza nuestro Siglo de Oro, o nuestras Generaciones del 98 y del 27; pero no tanto a Galdós, quizá por no estar encuadrado en un grupo tan sobresaliente (aunque vivió rodeado de genios de las letras). Y hay muchos motivos para ensalzarle. Entre ellos, el más reseñable puede ser su gran obra: los Episodios Nacionales. Un trabajo ingente en el que, a través de la novela, Galdós descubre al lector el devenir de España desde Trafalgar hasta Cánovas, de casi todo el siglo XIX, en el que vivió, y que quizá sea el periodo más turbulento y relevante de la historia moderna de España. Los Episodios están estructurados en cinco series, siendo las cuatro primeras de diez Episodios cada una, y la última, de seis, inacabada. Con ellos, Galdós se convierte en el padre de la novela histórica en nuestro idioma.

De la lectura de los Episodios Nacionales se desprenden características de España y de los españoles que, pese al tiempo transcurrido desde que Galdós los escribiera, siguen estando vigentes. Esto es muestra del genio y perspicacia del autor. Por ejemplo, el cainismo, o guerracivilismo, división radical entre “los hunos y los hotros” (en palabras Unamuno). La Segunda Serie, que transcurre entre 1814 y 1833 (el reinado de Fernando VII) lo refleja a la perfección. Las divisiones irreconciliables entre absolutistas y liberales, e incluso entre los más exaltados y los más moderados de cada bando, son el leitmotiv de dicha Serie. Esta época tan inestable e impredecible explica en gran medida lo ocurrido en España durante el resto del siglo XIX y buena parte del XX. Galdós así lo entendió. Por otra parte, al escribirlo de forma novelada, consigue hacerlo mucho más atractivo para el lector, logrando así el fin social que tiene su literatura, y por extensión, el movimiento literario del realismo, que alcanzó de su mano una gran popularidad en España.

En sus novelas, en ocasiones de forma mordaz, Galdós realiza una crítica general a la sociedad decimonónica, incluyendo en ella a la Iglesia, la Monarquía, la nobleza y la burguesía, pero también a las clases populares. Sirvan como muestra estas frases, la primera del Episodio Napoleón en Chamartín: “¡Oh España, cómo se te reconoce en cualquier parte de tu historia adonde se fije la vista! Y no hay disimulo que te encubra, ni máscara que te oculte, ni afeite que te desfigure, porque a donde quiera que aparezcas, allí se te conoce desde cien leguas con tu media cara de fiesta, y la otra media de miseria.”; y la segunda, del Episodio El 19 de marzo y el 2 de mayo: “El vulgo, esa turba que pide las cosas sin saber lo que pide, y grita viva esto y viva lo otro, sin haber estudiado la cartilla, es una calamidad de las naciones.”

Galdós (sentado) asiste a la inauguración de la estatua erigida en su nombre en el Parque del Retiro de Madrid, 1919

Leyendo los Episodios, se entienden a la perfección los orígenes de los actuales movimientos secesionistas en Cataluña y el País Vasco, la división social que aún hoy generan las actuaciones de la Iglesia, los defectos de la Monarquía y de la República en España, el característico tic golpista del Ejército (tanto contra Gobiernos liberales como conservadores) hasta bien entrado el siglo XX, o el nacimiento del sentimiento patriótico español. Los Episodios son, en resumen, la decantación de la esencia de la sociedad española, que Galdós sabe representar admirablemente en sus personajes, perfectamente definidos.

Sin embargo, es la figura de Galdós lo que más nos interesa. A lo largo de su obra, Galdós (liberal acérrimo, y en sus últimos años, republicano) supo describir espléndidamente a todos los bandos, pintando sus defectos y virtudes. Para él la ideología no era obstáculo en las relaciones personales. Así, tuvo una relación amorosa con Emilia Pardo Bazán, conservadora convencida, y entre sus amistades estaban el ya mencionado Menéndez Pelayo, el líder conservador Antonio Maura, o José María de Pereda, que no sólo era conservador, sino que se situaba en el extremo del carlismo. Evidentemente, también tenía amistades de signo liberal, como Práxedes Mateo Sagasta, que le impulsó a entrar en política la primera vez; el doctor, historiador y escritor Gregorio Marañón (que sería el médico de cabecera de don Benito), o el autor de La Regenta, Leopoldo Alas (también conocido por su seudónimo, Clarín). Precisamente, es Clarín uno de los primeros críticos de Galdós, contribuyendo con su crítica y amistad a mejorar la literatura de su amigo, a cuyo genio literario se rindió al publicar don Benito su novela La desheredada. Conviene también reseñar que Galdós no sólo escribió novela, como comúnmente se pueda pensar, sino que fue uno de los mejores dramaturgos de su tiempo.

Además, a Galdós le debemos el impulso a los escritores de la Generación del 98. El propio Miguel de Unamuno así lo reconoció, y criticó duramente que se le negara el Nobel al escritor canario. Galdós descubre en sus novelas la intrahistoria que tanto desarrolló Unamuno. Por otra parte, Pérez de Ayala escribió más tarde que “Unamuno, Azorín, Maeztu, Grandmontagne, Valle Inclán, Baroja. Todos ellos (…) son la prole fecunda y diversa del patriarca Galdós”. Dicho de otro modo, los escritores del 98 son sus continuadores.

Los últimos años de don Benito fueron tristes y solitarios. Desde 1913 le empezó a invadir la ceguera, y para 1919 prácticamente no veía nada. Sus últimas obras las escribió dictándoselas a su secretario. Murió el 4 de enero de 1920, a los 77 años. Su entierro fue multitudinario, congregando a miles de personas en las calles de Madrid, pero a pocos representantes institucionales, circunstancia que criticó encendidamente Ortega y Gasset. Esa noche, todos los teatros de Madrid colgaron el cartel de “no hay función”, en señal de duelo por su fallecimiento.

Cortejo fúnebre de Benito Pérez Galdós, a su paso por la calle de Alcalá de Madrid

Galdós fue un representante de su tiempo. Hombre de provincias, fue el que mejor comprendió el Madrid del siglo XIX, convirtiéndolo en un personaje más de muchas de sus obras. Diseccionó de manera admirable la sociedad que le rodeaba, y se preocupó por los destinos de su país, dedicando parte de su vida a la política. Galdós fue además el mejor cronista de la época, una época cuyas repercusiones siguen presentes en la nuestra. Por ello, leer sus obras supone conocer un poco más nuestro país, así como quedar atrapado entre los personajes que magistralmente dibujó en sus novelas. Hay que leer a Galdós.

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