El ladrón invisible vuelve a llamar a la puerta, ¿entrará para quedarse?

El Índice de Precios al Consumidor (IPC) en España lleva incrementando durante 15 meses, con los últimos tres superando el 6% y alcanzando en febrero el 7,6%, un porcentaje no observado desde 1986. En la zona euro fue del 5,8%, el más alto desde 1997. Al otro lado del charco, Estados Unidos registró el pasado mes un incremento del 7,9%. Para encontrar una subida de tal calibre hay que remontarse al 8,4% registrado en enero de 1982, durante el primer mandato de Ronald Wilson Reagan. Y estas cifras apenas tienen en cuenta las consecuencias que la Guerra de Ucrania, iniciada el 24 de febrero, está teniendo y tendrá en los precios a nivel global.

Tras décadas sin apenas inflación considerable, incluso deflación en algunos casos, el fantasma inflacionario vuelve a llamar a las puertas de Europa y de Estados Unidos. Nuestra generación no ha conocido un periodo prolongado de inflación y la gran duda ya no es si nos tocará vivirlo, sino cuánto durará.

Tasa de inflación es España en puntos porcentuales, 1960-2022. INE.

Antes de intentar dilucidar un futuro nebuloso siempre se debe atender al pasado. Responder al cómo hemos llegado hasta aquí, al porqué; partiendo, por supuesto, de la complejidad de la economía y de la infinitud de factores que la condicionan. En líneas generales, el actual aumento generalizado de precios está provocado por tres causas: el incremento de la base monetaria, la disrupción de las cadenas de suministro y el encarecimiento de la energía.

La respuesta de los bancos centrales a la recesión inducida por la pandemia fue contundente, atrevida y arriesgada. Con la esperanza de superar la crisis cuanto antes, intentaron ampliar la base monetaria, es decir, la cantidad de dinero en circulación, fundamentalmente a través de operaciones de mercado abierto (OMA) y bajando los tipos de interés. En resumidas cuentas, las OMAs se basan en la compra de bonos estatales y otros activos financieros, y en este caso, sirvieron para financiar los estímulos de la UE y del Gobierno Federal americano; los conocidos fondos de recuperación europeos y los paquetes económicos del presidente Biden. Por otro lado, la Reserva Federal rebajó de los tipos de interés (a los que los bancos comerciales toman el dinero prestado del banco central) hasta cero, mientras que el Banco Central Europeo (BCE) mantuvo ese nulo tipo de interés que ya había fijado en 2016.

Nada en esta vida es gratis. Esta inyección masiva de dinero, alabada en su momento, puede provocar el “recalentamiento” (overheating) de la economía, un creativo eufemismo de inflación. Así está ocurriendo, sobre todo en Estados Unidos. Históricamente las décadas en las que se engrosó la base monetaria tienen una correlación alta con aquellas de inflación. No por nada decía Milton Friedman que la inflación es siempre y en todo lugar un fenómeno de política monetaria.

Base monetaria total en Estados Unidos (1960-2022). Federal Reserve Economic Data.

En segundo lugar, la reciente inflación se ha visto propiciada por la disrupción de la cadena global de suministros a raíz de la pandemia. Los famosos cuellos de botella y la falta de semiconductores han supuesto un desajuste grave entre la oferta y la demanda con un aumento de los costes de transporte y suministro.

En la misma línea, el encarecimiento de la oferta de energía debido a la profunda crisis en este sector ha ocasionado una subida acentuada de precios de la electricidad, con un incremento del 80,5% interanual en febrero, de la gasolina (25,1%), del diésel (28,4%) y de los combustibles líquidos (52,3%). Más aún, la importancia y la transversalidad de este sector en la economía ha desencadenado un alza en los precios de una parte considerable del resto de bienes y servicios, incluidos los más básicos; aceite de oliva (30,6%), arroz (9,4%), leche (9,3%) …

A estos tres motivos, además, se le debe añadir la subida de precios y salarios ajustándose a las expectativas de inflación, que sumerge a la economía en un círculo vicioso que parece no tener fin y que no ha hecho más que arrancar.

Para más inri, la invasión de Ucrania está siendo y será un potente amplificador. Se esperaba una vuelta a la inflación, pero quizás nadie imaginaba que fuera de la mano de la guerra entre dos países soberanos en el Viejo Continente.

“Russia’s invasion of Ukraine could drive a renewed economic downturn if it stalls activity by triggering a sustained dislocation of supply chains or a more significant inflationary surge” avisa Suren Thiru, de la Cámara de Comercio Británica.

Efectivamente, las consecuencias ya se palpan, fundamentalmente dentro del sector energético. Rusia exporta 1/10 del petróleo y 1/5 del gas mundial. Entre el 30-40% del suministro europeo depende de estas exportaciones (ahora algo menos tras la compra de gas licuado americano). Esta fuerte dependencia hace poco plausible que los europeos cesen de adquirir el gas y petróleo rusos. Se da la paradoja de que, a la vez de enviar armas a Ucrania, Europa está financiando la guerra al Kremlin. Biden, al contrario, alegó que no subvencionará la guerra a Putin mientras que anunciaba el embargo al gas, al petróleo y al carbón provenientes de Rusia, que tan sólo representan el 3% del suministro energético norteamericano.

La decisión de Biden, junto con las sanciones económicas en otros sectores, la disrupción global de las cadenas de suministro, la anulación del Nord Stream 2 y la ruptura de empresas energéticas con Rusia (como Shell, que ha cerrado sus estaciones en suelo ruso), sí que han tenido un efecto relevante. El barril de petróleo crudo de Brent superó los 130$, algo que no ocurría desde hace catorce años.

Por su parte, Alexander Novak, el vice primer ministro ruso, amenaza con estar preparado para cortar el flujo del gas natural del Nord Stream 1 y le es indiferente si esta acción dispara el barril de Brent hasta los 300$. De ser así, Rusia se estaría pegando un tiro a su propio pie; la exportación de gas y petróleo suponen el 36% del presupuesto del país. La única que podría entrar a salvar esta hipotética situación sería China, que, por ahora, no tiene planes a corto plazo de incrementar su compra de gas y petróleo a su vecina septentrional.

Como apunta Yael Selfin, la economista principal de KPMG en Reino Unido, por la guerra no sólo están subiendo los precios de la energía sino también los de los alimentos. “El granero de Europa” (de acuerdo con JP Morgan, Ucrania es el cuarto exportador de trigo mundial) está en llamas.  El trigo ha sobrepasado máximos históricos y Selfin explica que tan sólo esta subida puede añadir un 0,7% a la inflación actual. Tampoco se libran de la escalada de precios los fertilizantes (fosfato y nitrógeno), el paladio, el níquel y el aceite de girasol, entre otros.

Ante esta coyuntura resuenan ecos de la Guerra de Yom Kippur de 1973 entre la coalición de países árabes liderados por Siria y Egipto y el Israel de Golda Meir, que desencadenó un embargo de petróleo por parte de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEC) a Occidente (paradójicamente Israel no lo sufrió tanto al disponer de reservas y de petróleo en el Sinaí). El precio del oro negro casi se duplicó, provocando una crisis inflacionaria global caracterizada por tasas de desempleo elevadas.

La situación de hoy es claramente distinta pero no necesariamente presenta mejores augurios. En el caso de la crisis del 73, los bancos centrales no habían inyectado tanto dinero en la economía, ni había una crisis energética tan aguda, ni se estaba saliendo a trompicones de una recesión, ni la deuda pública estaba por las nubes ni el mundo estaba tan globalizado. Por otra parte, parece que el embargo puro y duro de gas y petróleo entre Rusia y Europa no tendrá lugar, por el momento. Pese a las diferencias, los setenta fue el último periodo de inflación pronunciada al que nos podemos remitir. Duró más de una década, con una segunda crisis, la del 1979, y los precios sólo comenzaron a descender a mediados de los ochenta.

¿Volveremos a una situación similar? ¿Cuánto durará la inflación? “The only function of economic forecasting is to make astrology look respectable” decía con criterio John Kenneth Galbraith. Tomando como precaución la opinión del economista canadiense, se debe atender a las predicciones respecto de la futura inflación. En este punto hay dos posturas: aquellos que opinan que la inflación será una cuestión temporal y que a finales de este año empezará a descender y aquellos que sostienen que será prolongada en el tiempo.

El primer grupo tiene más adeptos. Entre ellos: el BCE que prevé que en 2023 se vuelva a una inflación controlada del 2,1%, la CEOE que estima que la inflación elevada de los próximos meses remitirá su intensidad a final de año y Goldman Sachs que defiende que con la guerra el pico inflacionario se ha trasladado de abril a octubre pero que empezará su descenso a partir de enero de 2023. The Economist indica que hay razones para un “cauteloso optimismo” porque la transmisión de precios más altos de la energía a la inflación subyacente (sin incluir alimentos y energía) es considerablemente limitada y, por ende, se explica que las previsiones de la inflación a largo plazo ronden el 2% ansiado por la Fed y el BCE.

En cambio, el segundo grupo teme que la subida de precios no se controle y, por tanto, la inflación se convierta en nuestra inseparable compañera de camino durante los próximos años. La expectativa de inflación a 5 años en Reino Unido ronda el 5,1%, mientras que en Estados Unidos la agresión de Putin ha ocasionado una subida ipso facto de esta expectativa del 0,4% hasta alcanzar el 2,5%.

Además, cada vez se valora con mayor seriedad la posibilidad de la estanflación, como en la década de los setenta. Este término acuñado en 1965 por Ian McLeod, ministro de finanzas británico, reúne lo “peor de los dos mundos”: inflación y estancamiento económico. Pese a que las previsiones del crecimiento del PIB para este año siguen siendo positivas, tras el estallido de la guerra han descendido en torno a un punto porcentual: Francia (-0,8%), Reino Unido (-0,8%), Alemania (-1%), Italia (-1,1) y España (-1,3%). Como apunta Elaine Stokes, gestora en Loomis Sayles, “nuestras expectativas de inflación están subiendo y las de crecimiento están bajando”.

Esto se debe a que una inflación notable (varios puntos por encima del deseado 2%), normalmente a largo plazo es perjudicial para la economía en su conjunto. Si bien puede beneficiar a unos pocos, la mayor parte de la sociedad sale escaldada. La inflación es el impuesto a los pobres, que ante la carga de este “ladrón invisible” no pueden escudarse, como otros, tras aumentos de salarios, revalorización de activos o inversiones especulativas. Es el “impuesto sin legislación” diría Friedman. Ante subidas de precios constantes y la pérdida de valor de la moneda, histórica y generalmente: descienden el ahorro, la inversión extranjera, las exportaciones y el turismo, mientras que aumentan las ineficiencias microeconómicas, la especulación, la incertidumbre y la tasa de desempleo. Todo ello se suele traducir en el mencionado decrecimiento económico. Tras la crisis del 73, la variación del PIB estadounidense de los siguientes años fue negativo: -0,5% y -0,2% en 1974 y 1975 respectivamente. Tras la del 79, fue del -0,3% en 1980 y del -1,8% en 1982. Avisados quedamos.

Ante la amenaza de este posible escenario, los Gobiernos, los bancos centrales y, en general, los agentes económicos, van a tener que andar con los pies de plomo durante los meses futuros. Si nos ponemos en la piel de los bancos centrales, ¿qué es más conveniente? ¿Continuar con la política monetaria expansionista para favorecer la recuperación económica a pesar de la inflación o, por el contrario, adoptar una política restrictiva para ahuyentar el fantasma inflacionario (o al menos intentarlo) a costa de reducir el crecimiento? Quizás deban tomar decisiones impopulares y costosas a corto plazo, en busca del beneficio común a largo.

De momento, se han decantado por nadar entre dos aguas. Jerome Powell, presidente de la Fed ha elevado el tipo de interés en un 0,25% y ha avisado que seguirán esta tendencia durante el resto del año. Su homóloga europea, Christine Lagarde, ha comunicado para este marzo el fin del Programa Excepcional de Compra de Deuda Pública y Privada tras la pandemia, la reducción de las previsiones de compra de deuda del Asset Purchase Programe y nuevas perspectivas para subir los tipos de interés, que hasta entonces permanecerán inamovibles.

Da la sensación de que estas dos instituciones llegan a esta nueva crisis con poco margen de maniobra, después de haber puesto toda la carne en el asador en las anteriores.

La política monetaria, no obstante, no es magia; sobre todo, no va a motivar una bajada de precios de la energía. La transición energética en pos de fuentes más limpias y verdes es imprescindible, pero se debe decir alto y claro: es cara y costosa, más aún si se decide prescindir de la energía nuclear. Por ello, como toda transición efectiva y exitosa, se debe llevar a cabo de forma ordenada y paulatina. No se puede pretender transformar el sistema energético de la noche a la mañana. Y si algún político así lo desea, que sea consciente de que seguramente vaya a tener que hacer frente a una inflación desbocada y su subsiguiente recesión.

A largo plazo, se debe buscar la diversificación hacia fuentes renovables cada vez más eficientes y la independencia frente al carbón, al petróleo y al gas. Hasta entonces, para controlar los precios de la energía y evitar que sigan empujando la inflación, en algunos países ya se han hecho efectivas algunas medidas fiscales como la reducción del IVA o la bonificación de la gasolina. Asimismo, la energía nuclear, que no se debería haber reducido, puede jugar un rol muy relevante como pieza de transición. Mientras tanto, el Ejecutivo de Sánchez, con la visión nublada por la calima del Sahara, da palos de ciego con su pretensión de intervenir los precios del gas juntamente con el Gobierno portugués de António Costa.

Veamos qué nos depara el futuro. Algunos economistas ya pronostican que el IPC en España de este mes rondará el 9% . Sin duda, el fantasma inflacionario, vestido de ladrón invisible, ya ha entrado en Europa y en Estados Unidos. No dejemos que se acomode.


Todos los datos y las cifras aportados en este artículo provienen de fuentes de información fiables y oficiales.

Una introducción básica a la inflación y al momento actual:

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