“Al final, el 20 de abril, a las tres de la madrugada, resplandece una señal. En la lejanía se han visto unas velas. No es la poderosa flota cristiana con la que sueñan, pero de todos modos, empujados lentamente por el viento, avanzan tres grandes barcos genoveses y tras ellos un cuarto, más pequeño, un barco bizantino de transporte de cereales, que los otros tres han rodeado con el fin de protegerlo. Enseguida toda la ciudad de Constantinopla se reúne entusiasmada en los muros de la orilla para dar la bienvenida a los que vienen en su auxilio.”
Las líneas anteriores son un fragmento de La Conquista de Bizancio, que Stefan Zweig con su ágil y exquisita prosa relata en Momentos Estelares de la Humanidad. Tras una serie de infortunios las cuatro embarcaciones, repletas de refuerzos y víveres, logran alcanzar la seguridad del puerto de Constantinopla, que a duras penas aguanta el asedio de Mehmet y sus ciento cincuenta mil hombres gritando jagma, es decir, “saqueo”. Pero aún hay esperanza. Europa ha respondido a la llamada. Traerá nuevos refuerzos muy pronto. Defenderá la cultura europea y la cristiandad en el último reducto del Imperio Romano de Oriente.
Casi quinientos setenta años más tarde, Europa vuelve a enviar cuatro bajeles hacia Oriente, si bien adoptando una forma muy distinta: imponiendo sanciones económicas a Rusia (congelación de activos, prohibición de operaciones financieras, expulsión del sistema de pagos SWIFT, prohibición de exportar a empresas concretas, etc.) y prestando ayuda financiera y militar a Ucrania. Es más, lo está haciendo de manera coordinada como anuncian Ursula von der Leyen y Josep Borrell en sus repetidas intervenciones (la del catalán de hoy en el Parlamento Europeo es significativa), pero también a título individual. Es destacable el discurso del sábado del canciller alemán, Olaf Scholz, prometiendo enviar armas antitanques a Ucrania y aumentar el gasto en defensa hasta alcanzar el 2% del PIB, que supone un giro sin precedentes en la política de defensa y seguridad germana de las últimas décadas. A su vez, Finlandia y Suecia, jugándose el tipo, proporcionarán armamento a Ucrania e incluso el gobierno socialdemócrata de Portugal no se ha quedado atrás. Fuera de la Unión Europea, Reino Unido y Suiza han tomado medidas considerables frente a la Federación Rusa.
Con estas acciones parece que Europa se ha dado cuenta de que en Ucrania está mucho más en juego que la independencia de un país soberano y una violación flagrante de la legalidad internacional. Como indicó ayer Fernando Savater: «Europa no es únicamente unas fronteras determinadas. Europa son unos valores” que hay que proteger. Precisamente Volodímir Zelesnky al frente del pueblo ucraniano está luchando de manera heroica por la democracia, la justicia y la libertad, valores intrínsecamente europeos, frente a la dictadura y al autoritarismo de Putin. Ha llegado la hora de que Europa dé un paso al frente proporcionando una respuesta coordinada, contundente y continuada a este atentado contra la democracia y la paz.
“Ninguna flota está dispuesta a prestar socorro. Venecia, el Papa, todos, se han olvidado de Bizancio, todos, ocupados en su pequeña política de campanario, descuidan el honor y el juramento prestado. Una y otra vez se repiten en la Historia estos momentos trágicos en los que, cuando sería necesario que la máxima centralización de todas las fuerzas unidas protegiera la cultura europea, los príncipes y los Estados no son capaces de reprimir ni por un momento sus pequeñas rivalidades […] La cristiandad se ha olvidado de Bizancio. Los sitiados, si no se salvan ellos mismos, están solos, están perdidos”.
Así continúa más adelante el relato del autor vienés. Las potencias occidentales no acudieron al rescate de Bizancio y su caída pasó a ser un momento estelar de nuestra Historia, que muchas veces no debemos repetir. Por el momento parece ser que los ucranianos, como los sitiados de Bizancio, están perdidos. Habrá que ver lo que aguantan. Recuérdese que la guerra es cuestión de paciencia; Hitler tardó más de un mes en invadir completamente Polonia.
Europa ya ha enviado los primeros cuatro barcos, pero deberían quedar muchos más, anteponiendo siempre la protección de las libertades de los europeos y de la paz frente a los intereses económicos particulares. Y si Ucrania finalmente cae, Europa debe seguir respondiendo de manera inequívoca.
“Cuando la paz no se defiende no es paz, es decadencia” dice Savater. Quizás para defenderla se requiera que una poderosa flota leve sus anclas y se haga a la mar.