Tras la derrota de las tropas francesas de Napoleón en los Arapiles (22 de julio de 1812), muchos españoles quizás pensaran que se había acabado con el principal mal de la Nación. Casi todos ansiaban el retorno del Rey «deseado», Fernando VII. No obstante, la Guerra de la Independencia (1808-1814) no sólo supuso la primera derrota del Emperador francés, sino que también hizo patente la existencia de lo que Antonio Machado daría en llamar las dos Españas, en ese gran poema en el que dice que a todo españolito una de las dos Españas ha de helarnos el corazón.
Efectivamente, desde que se publicara el Manifiesto de los Persas en abril de 1814, tras el cual Fernando VII derogó la Constitución de Cádiz de 1812 y también el resto de la obra legislativa de aquellas primeras Cortes liberales, hasta 1975 (con el paréntesis de la Restauración Borbónica), las dos Españas estuvieron inmersas en el duelo a garrotazos con el que Goya tan bien representó la situación. Basta con echar un vistazo a nuestros largos y confusos siglos XIX y XX para darse cuenta de que lo raro en España es la ausencia de conflicto interno. Por eso es tan importante el consenso del que surgió la vigente Constitución Española en 1978, que supuso la conjunción de las dos Españas en una tercera España que incluyó a todos.
Creo necesario poner de manifiesto la importancia que tiene para España el período de tiempo que transcurre entre 1814 y 1978. Durante esos 164 años, en España hubo gran cantidad de pronunciamientos, golpes de Estado, más de siete Constituciones, dos Repúblicas, cuatro Guerras Civiles y varias dictaduras. La dinámica histórica por la que viene transcurriendo España influyó e influye de manera determinante en la actualidad.
A lo largo de esos mencionados 164 años, los españoles hemos visto cómo los mismos franceses que trajeron las ideas de la Revolución Francesa aplastaban el Trienio Liberal en 1823, la reinstauración del absolutismo más feroz con Fernando VII durante la Década Ominosa, y finalmente la llegada de la Monarquía constitucional o liberal de la mano de los hombres del reinado de Isabel II. Durante su reinado, hubo un Estatuto Real (1834), dos Constituciones vigentes (1837 y 1845), una breve vigencia de la de Cádiz de 1812 (en 1836), un intento fallido de Constitución (1856) y una reforma constitucional importante (de la de 1845, en 1858); hubo dos Regencias, dos Guerras Civiles (las Guerras Carlistas de 1833-1839 y de 1846-1849) y varios pronunciamientos con sus correspondientes manifiestos. Pero la cosa no se queda ahí, Isabel II fue derrocada por la Revolución Gloriosa de 1868 (de carácter militar), que dio lugar a un intento fallido, por desgracia, de Monarquía constitucional seria, sólida y con una Constitución tremendamente avanzada. No obstante, Amadeo de Saboya poco pudo hacer ante una situación que, muerto Prim, se tornó incontrolable. Como él mismo dijo, «todos los que con la espada, con la pluma, con la palabra agravan y perpetúan los males de la nación son españoles, todos, invocan el dulce nombre de la patria, todos pelean y se agitan por su bien». Esta frase, en mi opinión, es una definición muy acertada de España, en ese momento, y hoy.

Llega entonces la Primera República, cuya duración fue brevísima pero que provocó una inestabilidad aún mayor (si cabe), dando alas a las revoluciones cantonales; y acabando (cómo no) con un pronunciamiento militar. Tras el paréntesis de estabilidad traído por el genio político que fue Cánovas, que tuvo que poner fin a una tercera Guerra Carlista (civil, por tanto), España se sume en la desolación intelectual y la depresión militar y social que supuso la pérdida de los últimos restos del Imperio en 1898. Después del cataclismo, España atraviesa dos décadas de gran inestabilidad, el Ejército es masacrado en Annual y los obreros se sublevan. Entre 1918 y 1923 se suceden 13 Gobiernos. Todo acaba (oh, sorpresa) con el pronunciamiento militar liderado por Primo de Rivera, con el que se cierra definitivamente el largo período que abriera la Constitución de 1876. Siguiendo a la dictadura de Primo de Rivera, llega la Segunda República, en la cual las dos Españas se hacen más que patentes. En julio de 1936, unos meses tras las turbulentas elecciones, y en un clima de altísima tensión, Franco da un nuevo golpe de Estado de carácter militar (vaya novedad). Empieza así la más traumática, dolorosa y terrible Guerra Civil. La guerra fratricida entre esas dos Españas de Machado pintadas antes por Goya, la guerra destructiva y aniquiladora de la razón. Surge vencedor de la Guerra uno de los dos bandos sanguinarios que se enfrentaban, encarnado en Franco. Siguieron 40 largos años de dictadura.
Y llegamos al fin al punto culminante de esta narración y de la Historia reciente de España. Año 1978, día 6 de diciembre. El pueblo español ratifica con el 88,54% de los votos la primera Constitución Española que ha sido acordada por todas las fuerzas políticas representadas, y elegidas por sufragio universal. La primera vez que una España no impone su Constitución a la otra. La primera vez que las dos Españas, queriendo dejar de helarse el corazón mutuamente, queriendo dejar atrás los horrores de la última Guerra Civil, se dan la mano y deciden alumbrar una tercera España en la que ambas quepan, en la que todos los españoles quepamos. Hoy, más de 43 años después, esta tercera España, nuestra España, está resquebrajándose. He querido repasar brevemente nuestra Historia desde 1814, para visibilizar la gran inestabilidad, y el conflicto, que parecían intrínsecos a España, con los que acabó la Transición. Y sí, el sistema del 78 tiene fallos y debe mejorarse, pero no reducirlo a la nada, como algunos pretenden. Por eso creo firmemente que los españoles tenemos el deber moral e histórico de, al menos, intentar preservar (y actualizar si es necesario) el consenso de 1978, que no es bueno per se, sino por todo lo que históricamente supuso y supone. Debemos preservarlo y mejorarlo, porque necesitamos que la excepción que supone históricamente la Constitución de 1978 deje de ser excepción y se convierta en normal. Como dijo Adolfo Suárez, debemos «elevar a la categoría política de normal lo que a nivel de calle es simplemente normal». Porque no podemos consentir siquiera acercarnos a otro conflicto civil. Y para ello es esencial conocer, sin sesgo de ningún tipo, la Historia que ha venido transcurriendo en esta nuestra España, evitar los errores sufridos en esos 164 largos años y seguir viviendo en la tercera España que alumbró la Transición.
Muy bien explicado,Gonzalo..Hace falta conocer la historia para valorar el presente.El adanismo no conduce a nada,no podemos estar siempre en fase de «proyecto» para nuestra convivencia como españoles.Enhorabuena.
Me gustaLe gusta a 1 persona