Una madrugada estival del año 55 a.C., a orillas de una playa en la costa sudoeste de Britania estaba fondeada la flota romana liderada por Cayo Julio César. En la playa la concentración de la feroz caballería y los carros de combate de las tribus britanas hacían que el desembarco pareciera una quimera. Los romanos atemorizados no se atrevían a dejar la seguridad de las grandes embarcaciones, que servían de parapeto antes los proyectiles de los bárbaros. La situación estaba empezando a adquirir tonos oscuros para los de César hasta que el aquilífero, portador del águila, de la Legión X saltó al agua al grito de “seguidme, compañeros soldados” y se enfrentó a los exóticos defensores. Al instante, la Legión X se incorporó y siguió los pasos de su aquilífero. Al caer la tarde de aquel sangriento día en el arenal ondeaba el estandarte romano. El águila y el “Senātus Populus que Rōmānus” se habían clavado por primera vez en Britania.
Este relato proveniente del De Bello Gallico de César sigue albergando un mensaje actual. El aquilífero es aquel que, aún consciente del miedo y la inseguridad que le provoca lo desconocido y en cierta medida lo peligroso, valientemente se arriesga y es el primero en dar el paso hacia delante. Más importante aún, en la mayoría de los casos impulsa a muchos a seguir su camino. Y entonces, la figura del aquilífero adquiere suma importancia para cualquier sociedad que desee progresar.
Los directores de orquesta de la Historia son los valientes, no los cobardes. Jesús de Nazaret, Cristóbal Colón, Marie Curie, Isaac Newton, Martin Luther King Jr., Rosa Parks, Nelson Mandela y Steve Jobs fueron algunos de los miles de aquilíferos que saltaron por la borda del barco, cada uno a su manera, y cambiaron el rumbo de la humanidad. Pero nunca se debe olvidar que los héroes no son tan sólo los grandes nombres. Siempre habrá aquilíferos anónimos que en sus quehaceres cotidianos hacen de este mundo un poco mejor. Son todos los que levantan la persiana de su comercio cada madrugada, todos los que no se quedan callados e impasibles ante las injusticias, todos los que se ciñen la toalla para entregarse a los que más lo necesitan, todos los que un día partieron de su tierra en busca de un futuro mejor para ellos y sus familias, todos los que velan por nuestra salud y seguridad, todos los que apuestan por sus sueños a pesar de las reticencias de muchos, todos los que deciden formar una familia… En definitiva, todos aquellos que son ejemplo y guía para los demás.
En estos tiempos la mediocridad y la conformidad se propagan sin tregua. Nos adscribimos sin pensarlo dos veces a las tendencias fugaces de la actualidad. Seguimos las corrientes dominantes, lo que “todo el mundo hace” porque es lo sencillo y lo cómodo. Estas derivas hacen fundamental que siga habiendo individuos con iniciativa; líderes atrevidos y decididos.
La sociedad por tanto requiere que nosotros, especialmente los jóvenes, seamos valientes para hacer frente a los retos que nos deparará el futuro, que como se puede anticipar no serán pocos. No podemos quedarnos de brazos cruzados, indiferentes, protegidos por nuestra zona de confort. Debemos ser aquilíferos.